jueves, 12 de marzo de 2009

HUGO NANTES - Nota de Jorge Abbondanza en El País de Montevideo, Miércoles 11 de Marzo de 2009




Falleció el maragato Hugo Nantes, un formidable escultor.





Trayectoria. Tenía 76 años y había generado una extensa y poderosa obra
JORGE ABBONDANZA



Murió ayer el artista plástico Hugo Nantes en San José, la ciudad donde había nacido en 1932. Tuvo larga trayectoria como pintor, pero fue sobre todo uno de los grandes escultores que ha tenido este país hasta el día de hoy.
Quien conoció personalmente a Nantes habrá disfrutado de su sentido del humor, que él ejercitaba a la menor oportunidad y era señal de una agudeza especialmente apta para ironizar sobre todo aquel que se cruzara en su camino. Parte de ese humor -a veces negro- pasaría a su obra, incluyendo sus mejores trabajos como pintor. El cuadro con que obtuvo en 1963 el Gran Premio del Salón Nacional (máxima recompensa de la época en materia de artes visuales) era el enfoque burlón de una mujer en su cama, una intención doblemente destacada por el gran formato de la tela. Allí Nantes volcó -a los 31 años- un oficio que ya resultaba sorprendente, con la aérea desenvoltura del trazo, el dinamismo de la composición, el deliberado descuido en la aplicación de las manchas y la veloz resolución de las figuras. Esa envidiable soltura se trasladó a la producción enorme que tuvo como pintor, mayormente en obritas que confeccionaba para vender y que injustamente han descalificado su perfil en esas áreas, un terreno donde (cuando quería) podía verter la maestría que ha quedado impresa en ciertas pinturas y aún en dibujos como el que ganó en 1964 otro primer premio en el Salón Nacional.
Sin embargo fue en la escultura donde Nantes alcanzó la altura magistral que lo sobrevivirá largo tiempo. Hombre de ojo penetrante en las relaciones cotidianas, traspuso ese rasgo personal a toda su producción escultórica, pero agregó a ello las conmociones que le provocaba el tambaleante período de la vida uruguaya en que comenzó a frecuentar intensamente la escultura. Lo hizo con la unidad, la fuerza, el impulso formal y la originalidad de los verdaderos creadores, cuya obra se identifica por tratar en profundidad lo que más los conmueve o las cosas que los rodean. Y como Nantes conocía hondamente la naturaleza humana, su mano la recorría (al trabajar sobre el yeso, la chapa, la fibra o la madera) acentuándole los huecos del sufrimiento, marcándole los filos del desamparo, resaltando las protuberancias del ridículo o ampliando los volúmenes de la vanidad.


FANTASMAS. Lo primero que impresiona en el resultado que obtenía es su portentosa expresividad. Las figuras de Nantes se alzan, negras y desgarbadas como fantasmas, parientas de las tallas africanas pero también de las moles de Rodin, con un empuje vital paralizado por el golpe del artista en el punto exacto donde el gesto facial, la inclinación de la cabeza, el ademán del brazo o la actitud del cuerpo alcanzan una marca imperiosa de comunicatividad. Contemplando esas obras, cabía imaginar a un Nantes apremiado por la urgencia de atrapar ese gesto mientras sus manos impacientes modelaban, doblaban, ataban y torcían los materiales, en una búsqueda acelerada por el instinto infalible de los dedos.
Con toda seguridad, al comenzar a trabajar tenía una idea global del resultado, pero también se le podía cruzar lo imprevisible, a causa del rendimiento inesperado de un material, de la azarosa presión de las manos o del efecto de la luz sobre el objeto, hasta desembocar en cambios o transformaciones que explican en parte el asombroso vigor de sus siluetas humanas. Esas mujeres nocturnas de semblante erosionado, sobre el cual llueve una ocasional policromía (como si el descuido del color formara parte de los desgastes de la edad) o esos viejos de mejillas chupadas, cuencas hundidas y boca que parece abrirse para el clamor, integran el desfile que nos quiso legar Nantes: el que nos obliga a mirarnos en el menos favorable de los espejos, que también es el más veraz y más perforador.
La fealdad es allí una referencia y el espanto que deriva de ella es un reflejo de otros terrores, de la misma manera en que la mortificación de esos cuerpos atravesados por chapas, alambres y clavos no es sólo un tormento físico. En la anticipación cadavérica de sus criaturas, Nantes instalaba la visión personal de una realidad cuya descomposición se vuelve allí carnal. Por detrás de esas efigies desairadas, pinchadas por los estiletazos de un humor atroz y detrás de la capacidad provocativa que semejante lenguaje logra sobre el contemplador, yace cierta piedad, una suerte de solidaridad en negativo, la ferocidad de un amor al prójimo que se revela en lo deplorable para sobrecoger y de esa forma despabilar a quien mira, como podía hacerlo Goya un siglo y medio antes. Y como Nantes recurría a la deliberada falta de nobleza de materiales de desecho, esos restos y desperdicios eran también un comentario sarcástico, de doble fondo, un campo expresivo en el cual este escultor tuvo además la grandeza que puede acompañar a los solitarios.
FORMACIÓN. Nantes había estudiado con Edgardo Ribeiro y Dumas Oroño en el Museo Departamental de San José, para pasar a formarse en grabado con Adolfo Pastor en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Con el tiempo llegaría a contabilizar más de 150 exposiciones individuales, tanto en pintura como en escultura, en el país y en el exterior, particularmente en ciudades argentinas. En los años de apogeo de su carrera sería seleccionado para representar al Uruguay en bienales internacionales, como la de París o San Pablo.
En 1965 obtuvo la beca de jóvenes de la Comisión Nacional de Bellas Artes, que le permitió viajar por primera vez a Europa. Ha recorrido asimismo países latinoamericanos y del Cercano Oriente y en ocasiones llevó su trabajo escultórico a una escala monumental, como ocurre en la obra en piedra de la Plaza Armenia de Montevideo, sobre la rambla del Buceo, aunque también hay obras suyas en edificios públicos y privados. A lo largo de varias décadas, Nantes desarrolló igualmente una extensa tarea docente, tanto en San José como en la capital. En 1998 obtuvo el Premio Pedro Figari otorgado por el Banco Central del Uruguay.